El concepto católico del bien común es el antídoto para la manipulación ideológica de la pandemia
Los Estados Unidos y el mundo enfrentan una coyuntura histórica que definirá las generaciones por venir. Además de la elevada cifra de sufrimiento y muerte, la pandemia de coronavirus podría desencadenar los mayores cambios que la humanidad se ha enfrentado en los dos mil años del cristianismo.
Están ocurriendo transformaciones, pero pocos comentaristas alertan a la opinión pública con un análisis en profundidad o un resumen de conjunto. En medio de una calamidad pública presentada como un apocalipsis, estas transformaciones están siendo asumidas con resignación por muchos.
Decir que el mundo “nunca será el mismo” tiende a convertirse en un mantra muy repetido.
Los profetas de un mundo post-coronavirus están apareciendo. Proponen tornar el mundo más igualitario, ecológico y postindustrial. Su nuevo mundo ni corregirá errores pasados ni introducirá un orden1 basado en la ley natural y los principios de una sociedad orgánica. En cambio, algunos izquierdistas esperan el mundo utópico soñado por ecologistas radicales y tribalistas indigenistas. Otros sueñan con la gobernanza de un orden mundial, primero en el área de la salud pública, luego en ecología, política y, finalmente, incluso en la filosofía y la religión.
Para advertir contra este gran peligro, e inspirados por el ensayo del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira Trasbordo ideológico inadvertido y Diálogo, la Sociedad Americana para la Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad—TFP presenta este primer análisis de los riesgos que enfrenta este momento crítico. Esperamos que esta voz de alerta despierte almas generosas pero ingenuas, para que se protejan de una manipulación ideológica de la izquierda.
Este análisis se basa en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, que deben recordarse ahora más que nunca, particularmente porque muchos obispos y sacerdotes hace mucho no hablan de ellos.
Estos principios dan la orientación necesaria a una humanidad que ha confiado en la ciencia y la tecnología, que ahora se ve amenazada por un futuro desconocido abominable.
1. El verdadero significado del bien común
En nombre del bien común, los expertos en salud pública quieren tener casi todo el monopolio gubernamental del manejo de la crisis. Sin embargo, el bien común no se limita al significado utilitario y secular que adquirió en las democracias modernas. Su verdadero significado es más amplio con varias implicaciones para la crisis actual.
Citas del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
164. … por bien común se entiende, “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.… Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
170. El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.… Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, en su más profunda razón de ser.2
Separar la preocupación por la economía de otros aspectos de la vida humana reduce al hombre a su dimensión meramente histórica y materialista. Del mismo modo, a menos que la preocupación por la salud física sea armonizada con otras necesidades humanas, algunas de las cuales son trascendentes, y a menos que esté subordinada al bien moral, terminará negando el propio bien común.
2. El bien común es sobre todo espiritual
Por lo tanto, la primera inversión de valores ocurrió cuando el gobierno cerró iglesias y cultos religiosos, bloqueando el acceso de los fieles a los sacramentos. Esta medida fue una negación del verdadero bien común de la sociedad.
El ministerio religioso es obviamente esencial y de utilidad pública. Las iglesias deben permanecer abiertas, el culto público debe continuar y el clero debe administrar los sacramentos, respetando todas las reglas prudenciales para evitar el contagio. Al igual que los proveedores de atención médica, los sacerdotes deben tener la libertad de circular para que puedan servir a todos los fieles, especialmente a los enfermos y moribundos, en hogares y hospitales. Esta actividad ministerial de los sacerdotes es una actividad legal protegida explícitamente por la Primera Enmienda. Por lo tanto, siempre y cuando las medidas de seguridad sanitaria sean respetadas, el gobierno no lo puede prohibirlas. Además, la actividad ministerial de los sacerdotes pertenece a la Iglesia, no al Estado.3
En este sentido, el arzobispo Carlo Maria Viganò, ex nuncio papal en Washington, D.C., declaró en una entrevista reciente:
Comprendo y comparto, obviamente, el debido respeto de los básicos principios de protección y seguridad que la autoridad civil establece para la salud pública. Pero así como ella tiene el derecho de intervenir en materia respecto al cuerpo, la autoridad eclesiástica tiene el derecho y el deber de ocuparse de la salud del alma, y no puede privar a los fieles del nutrimiento de la Santísima Eucaristía, ni mucho menos de la Confesión, da Misa y del Santo Viático.4
El culto religioso se vuelve tanto más necesario cuanto que el sistema inmunológico humano, particularmente de los ancianos y enfermos graves, se debilita por pánico, estrés, depresión y agotamiento. Por lo tanto, privar a los enfermos de los cuidados espirituales que encaran estos problemas no puede sino perjudicar la salud pública.
Muchos obispos y clérigos aceptaron esta injusta violación de la libertad natural y constitucional para la práctica la fe. No levantaron ninguna protesta. Esta sumisión fue una traición a su sagrada misión. Lamentablemente, otros sobrepasaron las autoridades y aplicaron medidas de seguridad sanitarias más estrictas que las promulgadas por el gobierno local.
3. El bien común resulta de la armonización de varios intereses
Si bien la salud es un elemento importante de la vida comunitaria, no es el valor supremo. Tampoco es un derecho absoluto que anula el bien moral o la existencia misma de una nación o su futuro.
Citando nuevamente el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
169. Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales. La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público.
Por lo tanto, el gobierno debe equilibrar en sus medidas el combate a la pandemia con las necesidades de la sociedad en general. Esta última no puede ser dañada por decisiones precipitadas. Acciones apresuradas pueden conducir no sólo a tener más muertos por la pandemia, sino también por hambre y como resultado de trastornos sociales impredecibles.
Agencias internacionales, medios de prensa izquierdistas y corrientes ideológicas que siempre han abogado por el sacrificio de víctimas inocentes a través del aborto y la eutanasia ahora argumentan apasionadamente que debemos defender la vida a toda costa.
La hipocresía de esta paradoja revela que su verdadera motivación es la promoción de una agenda ideológica.
Algunos persiguen un utópico y totalitario nuevo orden mundial. Otros buscan un impulso demente de decrecimiento económico, desmantelar todo progreso y civilización y conducir la humanidad a la vida tribal defendida por los corifeos de la Teología de la Liberación posmarxista y defensora de la ecología profunda. Ambos caminos son perversos.
4. Para el verdadero bien común, es el Poder Ejecutivo quien debe armonizar los conflictos de intereses
Combatir el coronavirus no es solo un problema de salud. Tiene implicaciones sociales, políticas, económicas y religiosas (como el cierre de iglesias).
El papel de la rama ejecutiva del gobierno es medir las implicaciones de sus decisiones en todos los sectores de la vida comunitaria, no solo en la salud pública. Sus decisiones deben adaptarse a la sociedad en su conjunto. Además, determinar las medidas apropiadas para combatir la pandemia es su prerrogativa. No es jurisdicción de organizaciones internacionales, expertos en epidemiología, de edios de comunicación o grupos ideológicos de presión.
Las autoridades públicas reciben de Dios gracias especiales (que pueden aceptar o rechazar) para tomar estas decisiones que afectan a todos. Sus decisiones deben ser obedecidas a menos que contradigan al bien moral, que es la base de la ley natural.
5. El bien común requiere que las restricciones las libertades personales sean transitorias
Durante años, muchos izquierdistas fueron grandes defensores de las libertades públicas y de las libertades individuales. Estos mismos activistas ahora defienden medidas extremas de control social. Además, quieren imponer tales reglas indefinidamente. Algunos incluso abogan por un control internacional. Aclaman el supuesto éxito del “modelo chino”, el cual, dicen, suprimió el contagio sin preocuparse por las libertades individuales.
Tales medidas restrictivas han prevalecido. Debido a la pandemia, muchos países han adoptado la obligación de quedarse en casa. Más del 40% de la población mundial ahora está confinada en sus hogares.
¿Son legítimas estas medidas de “estado policial”? ¿Concuerdan con la doctrina social católica?
En su obra maestra, Revolución y Contrarrevolución, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira dice que a veces se necesitan medidas gubernamentales fuertes. Sin embargo, deben ser necesariamente transitorias. En cuanto a que si el Estado puede legitimar o no poderes dictatoriales, escribió: “Hay circunstancias que exigen, para la salus populi, una suspensión provisional de los derechos individuales y el ejercicio más amplio del poder público. La dictadura puede, por tanto, ser legítima en ciertos casos”.
Sin embargo, cita algunos requisitos para el uso legítimo de poderes extraordinarios, a saber:
1. Debe suspender los derechos, no para subvertir el Orden, sino para protegerlo. Y por orden no entendemos solamente la tranquilidad material, sino la disposición de las cosas según su fin, y de acuerdo con la respectiva escala de valores.
2. Por definición, esta suspensión debe ser provisoria, y debe preparar las circunstancias para que lo antes posible se vuelva al orden y a la normalidad. La dictadura, en la medida en que es buena, va haciendo cesar su propia razón de ser. La intervención del Poder público en los distintos sectores de la vida nacional debe hacerse de manera que, lo más pronto posible, cada sector pueda vivir con la necesaria autonomía.
3. Por el contrario, la dictadura revolucionaria tiende a eternizarse, viola los derechos auténticos y penetra en todas las esferas de la sociedad para aniquilarlas, desarticulando la vida de familia, perjudicando a las élites genuinas, subvirtiendo la jerarquía social, alimentando de utopías y de aspiraciones desordenadas a la multitud, extinguiendo la vida real de los grupos sociales, y sujetando todo al Estado: en una palabra, favoreciendo la obra de la Revolución. Ejemplo típico de tal dictadura fue el hitlerismo. Por esto, la dictadura revolucionaria es fundamentalmente anticatólica.5
Si aplicamos estos criterios a la pandemia actual, las restricciones a las libertades personales y a la vida normal obviamente deben mantenerse al mínimo. El gobierno no debería prolongarlas más allá de lo que es urgente e incuestionablemente necesario para hacer frente a la emergencia.
6. El bien común exige que se respete el principio de subsidiariedad incluso en emergencias
Si bien la autoridad pública representa la cabeza del cuerpo social y desempeña un papel directivo esencial, la vida de la sociedad es el fruto de la energía y la actividad de todas sus células y órganos.
Combatir la pandemia no es un monopolio estatal. Toda la sociedad tiene un rol. El gobierno no debe prohibirlo u obstaculizar los esfuerzos que pueden hacer las asociaciones intermediarias y las personas.
Citando una vez más del Compendio de la Doctrina Social:
185. La subsidiariedad está entre las directrices más constantes y características de la doctrina social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social. Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional y político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es este es el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a “la subjetividad creativa del ciudadano”. La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de la sociabilidad.
Desde una perspectiva práctica, el respeto a la subsidiariedad es aún más necesario, ya que el sector privado encuentra soluciones y aplica soluciones más rápidamente que la maquinaria del Estado. Una aplicación adecuada del principio de subsidiariedad significa que los problemas se abordan y se resuelven en el nivel más bajo posible.
La contribución del sector privado a la batalla pandémica es indispensable. También debe participar en el concurso nacional en el esfuerzo de reconstrucción que seguirá.
7. El bien común requiere la fortaleza de la soberanía nacional
La pandemia reveló la vulnerabilidad de nuestro mundo interconectado. El canto de sirenas de la globalización llevó a innumerables empresas a sacrificar sus raíces en las comunidades locales para mudarse al extranjero, especialmente a China, donde la mano de obra era barata y las condiciones económicas y laborales menos restringidas. Resultando cadenas de suministro lejanas y sujetas a interrupciones.
Nuestra situación actual debería conducir a un esfuerzo decidido para repatriar nuestra base de producción y establecer amplios tratados comerciales con países de ideas afines. Esta política no solo hará que nuestra economía sea independiente de la influencia de China comunista, sino también anclará las industrias en casa, en nuestras comunidades.
Por la misma razón, debemos defender la propiedad privada en los sectores de energía, atención médica, metalurgia, minería, banca, ganadería y agricultura, procesamiento de alimentos, seguros, construcción, envío, transporte y todos los otros sectores de la economía. Innumerables empresas sufrirán una devaluación en la próxima depresión económica. No se debe permitir que el control de su propiedad caiga en manos de capitales extranjeros dudosos, especialmente de grandes empresas chinas controladas por el Partido y el Estado comunistas.
8. El modelo chino de control social
La China comunista ayudó e instigó a la pandemia con su negligencia, mentiras y ofuscación. Sin embargo, el mismo régimen totalitario se presenta ahora como un modelo de cómo suprimir el virus. El Partido Comunista Chino ha publicitado ampliamente su uso de tecnología de punta para identificar y rastrear personas. A través de softwares de reconocimiento facial y de localización a través de teléfonos móviles, los gobernantes chinos pueden identificar el paradero de cada individuo y sus contactos. Estos últimos son puestos en cuarentena por la fuerza.
Beijing afirma que suprimió el coronavirus. ¿Es esto cierto? Nadie lo sabe. No hay datos confiables que salgan de China ya que el régimen filtra tanto la prensa escrita como las redes sociales.
Sin embargo, basados en el “modelo chino” de control social, comunistas e izquierdistas en todo el mundo están preparando una sociedad post-coronavirus, interconectada, globalizada y socializada dentro de una dictadura y de un Estado cada vez más igualitario.
Este modelo no podría ser más opuesto a las auténticas libertades individuales que se encuentran en una sociedad orgánica que respeta el principio de subsidiariedad.
9. El peligro de la dictadura
El coronavirus es un peligro real para la salud pública que no debe ser subestimado. Su supresión favorece al bien común. Sin embargo, este esfuerzo no puede conducir a sacrificar principios, romper barreras ideológicas frente al comunismo, aceptar un “cambio de paradigma” y marcar el comienzo de un nuevo orden mundial contrario al cristianismo.
Conduciría a una dictadura sin moral ni metafísica. Este régimen totalitario silenciaría a todos aquellos que sostienen que el hombre es más que un cuerpo físico, que la economía implica más que el dinero o que el verdadero bien común nunca debe prescindir de la moral, de principios y de la fe.
10. Transbordo ideológico inadvertido
En noviembre de 1965, Plinio Corrêa de Oliveira publicó su estudio sobre Trasbordo ideológico inadvertido y Diálogo.6 En él, describió la maniobra a través de la cual toda la población puede ser llevada a cambiar sus percepciones y creencias sin darse cuenta cabalmente.
El transbordo ideológico inadvertido no debe ser confundido con el lavado de cerebro, un término periodístico no científico que niega el libre albedrío humano. A través de una discreta y profunda maniobra operando en los corazones y las mentes, el transbordo ideológico inadvertido influye en sus víctimas desprevenidas para cambiar sus creencias y valores, pero sin violencia al libre albedrío.
La inmensa presión sobre la opinión pública ha dado un aguijón a la histeria colectiva. Podríamos preguntarnos si este no es un medio para transformar la sociedad con el pretexto de luchar contra una emergencia de salud pública. ¿Corremos el riesgo de convertirnos en víctimas desprevenidas de una gran maniobra de transbordo ideológico inadvertido?
Considere los comentarios del renombrado columnista Renaud Girard el 6 de abril de 2020, en el diario de París Le Figaro bajo el título descriptivo “Confinamiento: ¿Una cura peor que la enfermedad?”
Mucho antes de la aparición de Sars-CoV-2, las enfermedades pulmonares obstructivas clásicas ya estaban matando en un gran número. En 2016, según la OMS, ellas destruyeron tres millones de vidas. Sin embargo, en ese año la economía del planeta no se detuvo.
El año pasado, los accidentes de tráfico mataron a más de un millón de personas en todo el mundo. Sin embargo, no se prohibió conducir…
Entretanto, un confinamiento general prolongado podría aumentar considerablemente la mortalidad mundial debido a la desorganización que causa. La cura puede ser peor que la enfermedad.7
Conclusión
En la emergencia actual, debemos levantar la vista hacia el plano sobrenatural y considerar los eventos desde un nivel superior y con una perspectiva a largo plazo.
A lo largo de la historia, los pueblos consideraron las plagas como advertencias o castigos divinos.
Sería absurdo imaginar que Dios, que es todopoderoso y omnisciente, no sabe nada de esta pandemia o no puede cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos.
En su sabiduría infinita, Dios ha permitido que se desencadene este flagelo del coronavirus. No es irrazonable preguntar si su misteriosa intención no fue corregir nuestros pecados y vicios, como un buen padre, que quiere salvar a sus hijos de la condenación eterna.
En la cruz, Nuestro Señor pronunció ese clamor penetrante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27:46). El Salvador llevó la carga de nuestros pecados por nuestra redención. Él era inocente. Nosotros no. Como el buen ladrón, merecemos este castigo. Hay mucho por lo que debemos pedir perdón.
En las últimas décadas, cuántos cambios opuestos a la ley divina y natural se han aceptado en la sociedad. ¡Cuántas blasfemias públicas! Más de sesenta millones de estadounidenses inocentes fueron asesinado a través del aborto. ¡El “matrimonio” del mismo sexo fue legalizado! ¡Hay horarios Drag Queen con historias para niños y baños trans-género!
Como los habitantes de Nínive en el Antiguo Testamento, lo que Dios quiere de la humanidad no es la muerte sino el arrepentimiento y la conversión. Él quiere esto no solo de cada individuo, sino también de la nación estadounidense para que podamos puede ser auténticamente “una nación bajo Dios”.
Esta conversión requerirá muchos sacrificios de todos con miras al bien común. Sin embargo, siempre podemos confiar en la omnipotencia de la gracia divina y en la intercesión poderosísima de María Santísima. Ella permaneció firme al pie de la Cruz. En esa hora supremamente trágica de sufrimiento y fidelidad, Nuestro Señor nos la dio como nuestra Madre.
Debemos pedirle a Dios su ayuda urgente, a través de María, su bendita Madre. Debemos hacerlo con un propósito sincero de conversión y de cambio de vida. Si bien todos deben hacer esta oración sincera, Dios quiere escucharla principalmente del Presidente y de nuestras más altas autoridades públicas.
Si se hace esta oración pública oficial, Dios la escuchará.
En tal caso, los Estados Unidos no solo sobrevivirán a esta prueba actual, sino estarán bien dispuesto para presenciar con alegría el cumplimiento de la promesa de Nuestra Señora en Fátima cuando dijo: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”
21 de abril de 2020
The American TFP
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Footnotes
- Cfr. John Horvat II, Return to Order: From a Frenzied Economy to an Organic Christian Society (York, Penn.: York Press, 2013). https://www.returntoorder.org/.
- Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nos. 164, 170, visto el 19 de abril, 2020, http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html.
- El Papa León XIII enseña: “Dios ha dado a la Iglesia el encargo de juzgar y definir en las cosas tocantes a la religión, de enseñar a todos los pueblos, de ensanchar en lo posible las fronteras del cristianismo; en una palabra: de gobernar la cristiandad, según su propio criterio, con libertad y sin trabas.” Encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885, no. 5, http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_01111885_immortale-dei.html.
- Michael J. Matt, “A Remnant Interview: Archbishop Viganò on COVID-19 and the Hand of God,” The Remnant, 29 de marzo de 2020, https://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/4827-a-remnant-interview-archbishop-vigano-on-covid-19-and-the-hand-of-god.
- Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Part I, Ch. 3, no. 5, F, https://www.pliniocorreadeoliveira.info/RevolucionyContra-Revolucion_2005.pdf.
- Plinio Corrêa de Oliveira, Trasbordo ideológico inadvertido y DIÁLOGO, https://www.pliniocorreadeoliveira.info/Dialogo_espanha_1971.htm#.Xtbn6jpKguU.
- Renaud Girard, “Le confinement, remède pire que le mal?” Le Figaro, 6 de abril de 2020, https://www.lefigaro.fr/vox/monde/renaud-girard-le-confinement-remede-pire-que-le-mal-20200406.